martes, 19 de marzo de 2024

Comentario lectura evangelio 19/03/24

Hoy, nos invita la Iglesia a contemplar la amable figura del santo Patriarca. Elegido por Dios y por María, José vivió como todos nosotros entre penas y alegrías. Hemos de mirar cualquiera de sus acciones con especial interés. Aprenderemos siempre de él. Nos conviene ponernos en su piel para imitarle, pues así lograremos responder, como él, al querer divino.

Todo en su vida —modesta, humilde, corriente— es luminoso. Por eso, célebres místicos (Teresa de Avila, Hildegarde de Bingen, Teresita de Lisieux), grandes Fundadores (Benito, Bruno, Francisco de Asís, Bernardo de Clairvaux, Josemaría Escrivá) y tantos santos de todos los tiempos nos animan a tratarle y amarle para seguir las huellas del que es Patrón de la Iglesia. Es el atajo para conseguir santificar la intimidad de nuestros hogares, metiéndonos en el corazón de la Sagrada Familia, para llevar una vida de oración y santificar también nuestro trabajo.

Gracias a su constante unión a Jesús y a María —¡ahí está la clave!— José puede vivir sencillamente lo extraordinario, cuando Dios se lo pide, como en la escena del Evangelio de la misa de hoy, pues realiza sobre todo habitualmente las tareas ordinarias, que nunca son irrelevantes pues aseguran una vida lograda y feliz, que conduce hasta la Beatitud celeste.

Todos podemos, escribe el papa Francisco, «encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad (...). José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca».

Fuente: Abbé Marc VAILLOT (París, Francia)

lunes, 18 de marzo de 2024

Comentario lectura evangelio 18/03/24

El que esté sin pecado, que tire la primera piedra

A Dios nadie lo ha visto”, escribe San Juan para dar mayor relieve a la verdad, según la cual “precisamente el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer” (Jn 1,18)... Revelada en Cristo, la verdad acerca de Dios como “Padre de la misericordia”, (2Co 1,3) nos permite “verlo” especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad. Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios. Ellos son ciertamente impulsados a hacerlo por Cristo mismo, el cual, mediante su Espíritu, actúa en lo íntimo de los corazones humanos. En efecto, revelado por El, el misterio de Dios “Padre de la misericordia” constituye, en el contexto de las actuales amenazas contra el hombre, como una llamada singular dirigida a la Iglesia.

En la presente Encíclica deseo acoger esta llamada; deseo recurrir al lenguaje eterno —y al mismo tiempo incomparable por su sencillez y profundidad— de la revelación y de la fe, para expresar precisamente con él una vez más, ante Dios y ante los hombres, las grandes preocupaciones de nuestro tiempo.

En efecto, la revelación y la fe nos enseñan no tanto a meditar en abstracto el misterio de Dios, como “Padre de la misericordia”, cuanto a recurrir a esta misma misericordia en el nombre de Cristo y en unión con El ¿No ha dicho quizá Cristo que nuestro Padre, que “ve en secreto”(Mt 6,4),  espera, se diría que continuamente, que nosotros, recurriendo a El en toda necesidad, escrutemos cada vez más su misterio: el misterio del Padre y de su amor?

Deseo pues que estas consideraciones hagan más cercano a todos tal misterio y que sean al mismo tiempo una vibrante llamada de la Iglesia a la misericordia, de la que el hombre y el mundo contemporáneo tienen tanta necesidad. Y tienen necesidad, aunque con frecuencia no lo saben.

Fuente: San Juan Pablo II (1920-2005) papa 

domingo, 17 de marzo de 2024

Horarios de cultos Semana Santa 2024

 Adjunto los horario s de los cultos a celebrar durante la Semana Santa en la parroquia.



Comentario lectura evangelio 17/03/24

Hoy escuchamos un pasaje evangélico cuyas palabras —de la mano del discípulo amado— debieron transmitir un fuerte coraje en el camino de la fe durante las persecuciones que sufrieron los primeros cristianos. En aquellos días de las fiestas judías, algunos griegos acudieron a Jerusalén para rendir culto y quisieron ver a Jesús. Pidieron ayuda a los discípulos.

Ver a Jesús” no significa simplemente mirarle, cosa que probablemente pretendían aquellos griegos. “Ver a Jesús” es entrar totalmente en su modo de pensar; significa entender por qué Él tenía que sufrir y morir para resucitar. Como el grano de trigo, Jesucristo tiene que dejarlo todo, incluso su propia vida, para poder traer vida para Él y para muchos otros.

Si no captamos esto como el núcleo de la vida de Cristo, entonces no le hemos visto realmente. En palabras de san Atanasio, sólo podemos ver a Jesús a través de la muerte mediante la Cruz con la cual Él trae muchos frutos para todos los siglos. “Ver a Jesús” quiere decir rendirse ante una inmerecida muerte que trae los dones de la fe y de la salvación para la humanidad (cf. Jn 12,25-26). Mahatma Gandhi refleja la misma idea diciendo que «el mejor camino para encontrarse con uno mismo es perderse en el servicio a los demás».

Las palabras de Jesús recuerdan a sus discípulos que deben seguir sus pasos, incluso hasta la muerte. El grano, por supuesto, realmente no muere sino que se transforma en algo completamente nuevo: raíces, hojas y frutos (la Pascua). De manera similar, la oruga deja de ser oruga para transformarse en algo distinto —y a la vez— frecuentemente mucho más bonito (una mariposa).

Y, si nosotros queremos “ver a Jesús”, tenemos que andar su camino. «Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor» (Jn 12,26). Esto supone recorrer con Jesucristo y con María todo el camino del Calvario, dondequiera que se encuentre cada uno de nosotros. Jesús, que dejó todas las cosas por nosotros, nos llama a estar con Él todo el recorrido, imitando su entrega y procurando que se cumpla la voluntad de su Padre.

Fuente: Fr. Vimal MSUSAI (Ranchi, Jharkhand, India)

viernes, 15 de marzo de 2024

Comentario lectura evangelio 16/03/24

Hoy el Evangelio nos presenta las diferentes reacciones que producían las palabras de nuestro Señor. No nos ofrece este texto de Juan ninguna palabra del Maestro, pero sí las consecuencias de lo que Él decía. Unos pensaban que era un profeta; otros decían «Éste es el Cristo» (Jn 7,41).

Verdaderamente, Jesucristo es ese “signo de contradicción” que Simeón había anunciado a María (cf. Lc 2,34). Jesús no dejaba indiferentes a quienes le escuchaban, hasta el punto de que en esta ocasión y en muchas otras «se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de Él» (Jn 7,43). La respuesta de los guardias, que pretendían detener al Señor, centra la cuestión y nos muestra la fuerza de las palabras de Cristo: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre» (Jn 7,46). Es como decir: sus palabras son diferentes; no son palabras huecas, llenas de soberbia y falsedad. El es “la Verdad” y su modo de decir refleja este hecho.

Y si esto sucedía con relación a sus oyentes, con mayor razón sus obras provocaban muchas veces el asombro, la admiración; y, también, la crítica, la murmuración, el odio... Jesucristo hablaba el “lenguaje de la caridad”: sus obras y sus palabras manifestaban el profundo amor que sentía hacía todos los hombres, especialmente hacia los más necesitados.

Hoy como entonces, los cristianos somos —hemos de ser— “signo de contradicción”, porque hablamos y actuamos no como los demás. Nosotros, imitando y siguiendo a Jesucristo, hemos de emplear igualmente “el lenguaje de la caridad y del cariño”, lenguaje necesario que, en definitiva, todos son capaces de comprender. Como escribió el Santo Padre Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est, «el amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa (...). Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre».

Fuente: Abbé Fernand ARÉVALO (Bruxelles, Bélgica)

Comentario lectura evangelio 15/03/24

Su hora no había llegado todavía”.

Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Los hermanos de Jesús le dijeron: No te quedes aquí en Judea para que tus discípulos de allí vean también las obras que haces… Jesús les dijo: Mi tiempo no ha llegado todavía, mientras que vuestro tiempo es siempre bueno para vosotros.” (Jn 7,2-6)… Jesús responde de esta manera a los que le aconsejan que busque su gloria: “El tiempo de mi gloria no ha llegado todavía”. Fijaos en la profundidad de este pensamiento: ellos le empujan a buscar la gloria, pero él quiere que la humillación preceda a la elevación; es a través de la humildad que quiere trazarse un camino hacia la gloria. Los discípulos que querían estar sentados uno a su derecha y el otro a su izquierda (Mc 10,37) buscaban también ellos la gloria humana: no veían sino el término del camino sin pararse a pensar en qué camino era el que conduce a ella. El Señor, pues, otra vez les ha llamado al verdadero camino, a fin de que lleguen a la patria por el camino adecuado. La patria es elevada, pero el camino es humilde. La patria es la vida de Cristo; el camino es la muerte. La patria es la morada de Cristo, el camino que conduce a ella es su Pasión…

Tengamos, pues, un corazón recto; el tiempo de nuestra gloria no ha llegado todavía. Escuchemos lo que dice a los que aman este mundo, como los hermanos del Señor: “Vuestro tiempo es siempre bueno para vosotros, el nuestro no ha llegado todavía” Atrevámonos también nosotros a decir lo mismo. Nosotros que somos el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, que somos sus miembros, que con gozo le reconocemos como a nuestro jefe, repitamos estas palabras, puesto que es por nosotros que él se dignó decirlas el primero. Cuando los que aman el mundo insultan nuestra fe, digámosles: “Vuestro tiempo es siempre bueno para vosotros, el nuestro no ha llegado todavía”. El apóstol Pablo nos dice, en efecto: “Estabais muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. ¿Cuándo vendrá nuestro tiempo? “Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria” (Col 3,3).

Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Durante el invierno podemos muy bien decir: este árbol está muerto; por ejemplo una higuera, un peral o cualquier otro árbol frutal; durante todo el invierno parece que no tiene vida. Pero el verano sirve para probar y permitir juzgar si realmente tiene o no vida. Nuestro tiempo de verano es la revelación de Cristo.

Fuente: San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia

jueves, 14 de marzo de 2024

Comentario lectura evangelio 14/03/24

El Padre que me envió ha dado testimonio de mí” (Jn 5,37)

Que su alma reciba el dogma fundamental que concierne a Dios: hay un solo Dios, uno sólo, sin nacimiento, sin comienzo, sin cambios ni mutaciones. No fue engendrado por otro, no hay otro ser para tomar la sucesión de su vida. No empezó  a vivir en el tiempo, no existe fecha en la que tenga fin. Es a la vez bueno y justo. (…) Único es el autor del cielo y de la tierra, el creador de los ángeles y los arcángeles. Es el autor de una multitud de criaturas, el Padre de uno sólo antes de los siglos, uno sólo que es el Hijo Único, nuestro Señor Jesucristo, con el que ha hecho todas las cosas, las visibles y las invisibles.

Este Padre de nuestro Señor Jesucristo no está circunscrito en un lugar cualquiera, más pequeño que el cielo. Los cielos son la obra de sus manos, su mano abarca toda la tierra. Está en todas las cosas y más allá de todas las cosas. No te imagines que el sol sea más  brillante  o igual que él, ya que el que ha creado al sol es, sin comparación, mucho más grande y brillante que él. Sabe por anticipado lo que debe existir, es más fuerte que todos los seres, los conoce a todos, realiza lo que desea. No está sumido a las vicisitudes de las cosas, ni al nacimiento, tampoco a la fortuna o a lo ineluctable. Es perfecto desde todo punto de vista y posee todo tipo de virtud. No sufre disminución ni crecimiento, está siempre en el mismo estado, es absolutamente idéntico a sí mismo. Preparó una sanción a los pecadores y a los justos una corona.

Muchas personas, de diversas maneras, se perdieron lejos de este Dios único. (…) Establece primero sólidamente en tu alma este dogma de la piedad por medio de la fe.

Fuente: San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia